martes, 12 de diciembre de 2017

El monólogo

(En su habitación, NATALIA utiliza el móvil para fijar una alarma.)

NATALIA: Tres minutos. Joder. Tres minutos y luego ¿qué? ¿Nueve meses? No. Ni de coña. No puedo. No quiero. Y no tengo por qué.

Mamá lo entendería ¿verdad? Sí, seguro que sí. No le gustaría pero lo entendería. Mamá sí. Pero ¿Luis? Lo dudo. Si por él fuera… Pero no es por él. Es por mí. Y yo no quiero.

Ya… Y ¿qué hago? ¿Qué le digo? O no se lo cuento. Pero ¿cómo no se lo voy a contar? Tiene que saberlo. Esto es cosa de dos. Tendría que estar aquí apoyándome. Tendría. Pero si lo supiera… Tampoco estaría. Joder, si es que lo sé. Le conozco como si le hubiera parido. Parido. No, joder. No. No, y punto. Que diga misa.

Y si… ¿Y si se lo dice a alguien? No, no lo haría. O sí. A sus amigos. Joder. Y ¿qué van a pensar? No. No me importa. No me importa. Sí. Sí me importa. Pensarán mal de mí. De mí y no de él. Joder, ni que fuera culpa mía. O ¿es culpa mía?

De los dos. Es culpa de los dos. Ya… De los dos según quién. Y lo mismo tienen razón. Joder, si es que la tienen. Es culpa mía. Si es que yo no quería. Bueno, sí quería. Al principio sí. Pero luego no. Joder si es que cómo iba a querer si no teníamos. Pensaba que sí. Si siempre lleva. Y justo ese día no. Pues no. Yo así no quería.

No quería pero… Yo no. Yo no y él sí. Joder, es culpa mía. No tendría que haberle hecho caso. Pero claro, tanto insistir…

Joder, y él ¿por qué insiste? Si sabía que no quería. Bueno, no quería. No quería pero al final no dije que no. Mierda. Si es que es culpa mía. Si no hubiera bebido… O si hubiera bebido menos. Habría dicho que no. Joder tenía que haber bebido menos.

Bueno, pero Luis también bebió. Aunque menos que yo. Y tiene más aguante. Estaba mejor que yo. Joder. Entonces ¿por qué insistía? Claro, a él le da igual. Él se queda contento y yo… Yo así.

Qué cabrón. Y yo echándome la culpa. La culpa es suya. Joder si dices que no, es que no. ¿Es tan difícil de entender?

(Suena la alarma del móvil. Se sobresalta y la apaga nerviosa.)

Vale. Joder. Venga. Joder, joder, joder. Va a ir bien. Y si no… Si no mamá estará ahí. Y Luis… A Luis que le jodan.

(Coge el test de embarazo. Respira hondo antes de mirarlo. Oscuro.)

martes, 21 de noviembre de 2017

Y voló por el aire

Querían haberle hecho permanecer en el suelo.
Querían haberle puesto plomo en los zapatos.
Pero no lo hicieron a tiempo.
Y voló por el aire.

Todos le decían que fuese realista.
Todos le decían que no llegaría a nada.
Pero no quiso escucharles.
Y voló por el aire.

Soñaba con un mundo diferente.
Soñaba con llegar más lejos que nadie.
No se detuvo ante las adversidades.
Y voló por el aire.



(Texto escrito a raíz del siguiente mensaje recibido de improviso: Y voló por el aire. Es un experimento. Escribe un pequeño texto que empiece así.)

lunes, 20 de noviembre de 2017

Apolo y Dafne

Dafne vuelve a casa. Es tarde, muy tarde. Tan tarde que muchos dirían que es pronto. Vuelve sola. Sus amigas quisieron quedarse, pero ella estaba cansada y cruzó la puerta. Se internó en la semioscuridad de una calle débilmente iluminada y vacía. Su única compañía, el vaho con el que su boca nubla el aire a cada espiración. El paso todo lo firme que le permiten unos pies destrozados tras aguantar los tacones toda la noche. Bajo el sonido de sus pasos, en la distancia, comienza a oír otros que se acompasan a los suyos.

 Apolo persigue a su presa. Se fijó en ella nada más verla. Fue inevitable. Una flecha dorada lanzada por Cupido como venganza por burlarse de él: «¿Maricón yo? Eso serás tú si no eres capaz de tirarte a la del vestido rojo». Y para él una flecha era suficiente excusa, ya lo había sido otras veces.

Dafne se gira discretamente sin dejar de avanzar. Reconoce en la distancia al dueño de los pasos. Al menos le había dirigido una docena de negaciones a lo largo de la noche, a sabiendas de que con la primera debería haber bastado. Ninguna flecha de plomo, semillas de odio disparadas por Cupido, la obligaba a rechazarle. No necesitaba ninguna excusa para justificar su negativa, por mucho que él se negase a aceptarla.

Apolo aprieta el paso. No puede dejar que se escape. Es por su bien. Ella no sabe lo que quiere. ¿Cómo rechazar a alguien como él? ¿Quién en su sano juicio rechazaría a un dios? Está claro que detrás de sus negaciones solo había un intento de hacerse la difícil para resultarle más interesante. Le dirigió una mirada antes de salir del local. Una clara provocación. Quería que la siguiera.

Dafne sabe que algo va mal. No es casualidad que vaya en su misma dirección. Creía que no la había visto salir, pero ahora es consciente de que seguramente llevaba toda la noche vigilándola en busca de un momento en el que acorralarla a solas. Y comienza a caminar todo lo deprisa que le permiten sus piernas y sus destrozados pies. Pero no es suficiente.

Apolo nota que acelera. Es imposible que quiera huir. Solo está jugando al gato y al ratón. Y él también sabe jugar a eso. Así que corre hacia ella, acortando las distancias cada vez más. Dobla una esquina y la pierde de vista. Cuando llega a ella la ve parada frente a un portal: le está esperando.

Dafne lucha contra sus propios nervios para acertar con la llave en la cerradura. Reza para poder entrar y cerrar antes de que él lo haga. Pero sus plegarias son en vano y, cuando la puerta está a medio abrir, una repugnante mano alcanza su costado. Apolo empuja, acaricia, agarra, somete. Está en su derecho. Ella quiere, aunque diga lo contrario. Nadie podrá convencerle nunca de que está equivocado. Muchos ni siquiera lo piensan.

Y Dafne desearía ser cualquier otra persona, cualquier otra cosa. Pero no tiene un padre río para convertirla en laurel, porque eso solo sucede en los mitos. Y llora amargas lágrimas de dolor y rabia, sabiendo que habrá quien no la crea, que habrá quien la cuestione. Sabiendo que todo lo que haga lo podrán usar en su contra mientras Apolo disfruta de su corona de laurel.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Condena consentida

No quieres. No te apetece. Llevas un tiempo sin ganas aunque no sabes por qué.
Él sí tiene. Acepta que tú no. Lo acepta pero le jode, y tú te sientes fatal.
Le quieres, y te parece que no se lo demuestras. Sientes que algo falla dentro de ti.
Hoy tampoco tienes ganas. Estáis solos y él espera que por fin digas que sí.
Accedes sin saber por qué. Inconscientemente piensas que tiene derecho.
Besos, caricias, ansia y dulzura. Tu cuerpo reacciona y hasta te alegras.
Un estallido de placer al llegar la primera. Y entonces todo se tuerce.
Tarda en terminar. Tú estás deseando que lo haga. No te gusta estar así.
Deseas con toda tu alma decirle que pare… pero no lo haces.
Algo dentro de ti dice tiene derecho. Es su turno, te guste o no.
Si se lo pidieses pararía. Pero no te parece justo. Solo esperas que acabe ya.
Termina y hay lágrimas en tus ojos. «Te quiero». «Y yo a ti». Y no mientes.
Te escabulles al baño con una excusa y te miras en el espejo.
Sola. Desnuda. Frágil. Avergonzada. Víctima de ti misma.
Porque si no has dicho NO ¿es una violación consentida o una autoviolación?



Este texto, como seguramente muchos hayáis notado, no es nuevo. No es más que una reformulación de El texto para adaptarlo al formato que me pedían para un evento. El evento no es otra cosa que el Recital contra la violencia de género que organiza la Asociación cultural HABLA el próximo viernes 24 de noviembre a las 19:00 en el auditorio de la Biblioteca de Castilla y León. Allí estaré recitando junto con otras muchas personas, por si a alguien le apetece pasarse.


miércoles, 15 de noviembre de 2017

No quiero saber. Segunda versión.

No quiero saber.
Viviría mejor en la ignorancia.
Pero no ignoro.

No quiero escuchar lo que dicen los medios.
No me importan sus mentiras:
me aterran sus verdades.
No quiero saber.

Me agobia el periódico
poniendo de manifiesto la falta de diálogo.
Políticos discutiendo por quién la tiene más grande,
camuflándolo de preocupación porque su país se hace más pequeño.
No quiero saber.

Me estresa el telediario
con su sintonía de bombas y balas,
hablando de personas aferradas a una valla,
de madres lanzando a sus hijos al agua sin saber si llegarán ahogados.
No quiero saber.

Me da dolor de cabeza la radio
y una punzada en las entrañas por cada mujer asesinada,
y me sangran los ovarios con cada violación en manada, y también en solitario,
y me da una arcada por cada ignorante que culpa a la víctima defendiendo al culpable.
No quiero saber.

No quiero saber.
Viviría mejor en la ignorancia.
Pero no ignoro.
Y si pretendo aspirar a cambiar la realidad
no puedo permitirme no saber.

martes, 14 de noviembre de 2017

No quiero saber

No quiero saber.
Se vive mejor en la ignorancia.
Pero no se puede.

No quiero enterarme de lo que pasa fuera.
Me agobia el periódico,
me estresa el telediario,
me da dolor de cabeza la radio.
No quiero saber.

Prefiero ver una serie.
Prefiero entrar en Twitter.
Pero los tweets sobre actualidad los paso sin leerlos.
No quiero saber.

Mejor ver historias de Instagram.
Mejor llenarme los oídos de canciones en Spotify.
Mejor vivir las vidas de otros a través de YouTube.
Pero no vlogs hablando de política.
No quiero saber.

No quiero saber.
Se vive mejor en la ignorancia.
Pero no se puede.
Ahora ya no.

Carta de despedida

Este texto proviene de un ejercicio hecho hoy, 14 de noviembre de 2017, en clase de Escritura dramática. En él se nos daba el siguiente contexto: estás en un avión a punto de estrellarse y tienes diez minutos para escribir una carta. Este ha sido el resultado de un ejercicio muy duro hecho con la presión de la cuenta atrás e intentando ponerme realmente en la situación.


Os quiero. Perdonad si no os lo he dicho lo suficiente. Perdonad si no he pasado con vosotros todo el tiempo que os merecíais. Perdonad si os he hecho daño, si he sido egoísta, si os he dejado de lado o si os he fallado cuando necesitabais mi ayuda.

Siento no haber sido mejor hija. Siento, sobre todo, no haber sido mejor nieta, mejor sobrina, mejor prima. Perdón por haberme portado mal con todos vosotros, por haber seguido con el ordenador cuando queríais hablar conmigo, por no tener tiempo ni para tomar un café en familia. Perdón por haber dicho que no erais familia si no estabais ahí, cuando podría haber estado yo para compensar.

Siento no haber sido mejor amiga. Ojalá os hubiera dado más abrazos, ojalá no me hubiera enfadado con vosotros por tantas tonterías. Ojalá hubiéramos cantado más, reído más. Ojalá os hubiera hecho sentir tan bien como me habéis hecho sentir a mí. Ojalá hubiera hecho más por vosotros.

Siento no haber sido mejor pareja, o como queráis llamarlo. Siento no haber estado ahí cuando lo necesitabais. Siento haber sido egoísta, haberos reprochado cosas de las que no teníais la culpa.

Os quiero. No lo olvidéis. Por favor. Y de verdad que lo siento por todo. Ojalá poder abrazaros otra vez, aunque fuera solo una vez más.

Andrea


domingo, 12 de noviembre de 2017

No te quiero

Si querer es perderse a una misma,
entonces, no te quiero.
Si querer es llenarse la boca de “para siempres” vacíos,
entonces, no te quiero.
Si querer es renunciar a sueños propios para cumplir ajenos,
entonces, no te quiero.
Si querer es sentirse propiedad de otra persona,
si es atarse y querer atar,
entonces, no te quiero.
Si querer es estar incompleta cuando te alejas de alguien,
entonces, no te quiero.
Si querer es no desear a nadie más y romperte ante la idea de no ser la única persona deseada,
entonces, no te quiero.
Si querer es, como dijo Lope «no hallar fuera del bien centro y reposo»,
entonces, no te quiero.
Y, desde luego, si querer es renunciar a aquello que te hace feliz y exigir no ser la única que haga tal sacrificio,
entonces, no te quiero en absoluto.
Es una suerte que tú tengas tan claro como yo que
querer es otra cosa.

Mudanza

Hacía ya un tiempo que mi antiguo blog no me representaba. He vivido muchos cambios en el último año y, hacia junio, decidí que necesitaba abrir uno nuevo más acorde con cómo soy a día de hoy. Me puse a pensar un nombre, hablé con Irene Malok para que me diseñara el logo, abrí el blog, comencé a diseñarlo... y todo quedó ahí. Cualquiera que me conozca sabe de mi gran problema: la inconstancia. Así que todo el proyecto quedó paralizado más por pereza que otra cosa.

Pero por fin me he puesto las pilas para empezar este nuevo espacio donde soltar lo que tengo dentro. A partir de ahora no publicaré más en La nube del duende aunque, por supuesto, dejo abierto el blog para todo el que quiera darse un paseo por mi pasado. Todos los textos nuevos vendrán a parar aquí, y presiento que van a ser muchos.

Por último quiero decir que hay tres entradas en el otro blog que, tanto por fecha de publicación como por temática, ya deberían haber salido aquí. Dejo a continuación los enlaces a ellas, puesto que para mí ya forman parte de esta nueva etapa.

El texto (7 de junio de 2017)
Más (28 de julio de 2017)
No soy suficiente (26 de septiembre de 2017)

Queda pues cerrada permanentemente la nube. Es hora de encender la luz.